27 abril, 2006

¡A tu cuarto!

Quiero invitarlos a que lean este "ensayo sobre las relaciones madre-hijo" que escribió mi siempre magistral amiga Julissa Contín (Jewels Blue) y que compartió con mi grupo de los BBSianos hace un par de días. Adoro la capacidad descriptiva y narrativa de Jewels, y estoy hace tiempo animándola a que se una a la fiebre del "blogueo". Después de todo, Resistance is futile.

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Domingo 23 de abril, 2006
¡A tu cuarto!

Durante el almuerzo de hoy, Gabriel, como es costumbre, estaba buscando una forma de entretenerse mientras hacía el aparte diario para almorzar. Matt terminó primero que nuestro hijo y yo, se sentó más cerca del niño para darle la comida, en lo que él jugaba con el pie haciendo rodar el carro estacionado al lado de su silla, o con la mano simulando una araña, o, las menos de las veces, con su cuchara, comiendo.

Ya yo había terminado, cuando, conversando sobre una de mis películas favoritas de todos los tiempos, gesticulé de tal modo que volqué mi vaso de jugo sobre la mesa y su contenido rodó hacia el piso, encontrándose primero con la pierna derecha de Gabriel y el asiento de su vehículo, antes de regarse por el suelo.

Yo, muy apenada, empiezo a detener el derrame para que no le caiga más jugo al niño, y procedo a secarle su pie descalzo del jugo que, chorreando por su pierna, ya se acumulaba entre sus deditos. Mientras le repetía cuánto lo lamentaba y le decía que me disculpara, él no cesaba de preguntarme entre asombro y disgusto "Mira eso, Mami, ¿qué hiciste, Mami?".

Matt buscó un paño para secar el piso y trajo otro para que yo acabara de secar la mesa, (el yeso que tengo en la pierna me previene de caminar sobre cualquier superficie dudosa), cuando inesperadamente, Gabriel, como el que de repente recuerda algo por mucho tiempo olvidado, frunce su breve ceño al tiempo que esboza una media sonrisa, y clavándome una mirada en la que retozan una chispa de genialidad y un brillo malicioso, toma aliento de profundo triunfo el pequeño diablillo y me dice con voz firme: "¡Mami, a tu cuarto!".

Mi cara de pena fue suplantada por una de incredulidad, cuyos vestigios fueron rápidamente erosionados por una expresión de franco estupor: A pesar de mi lluvia de excusas, me habían mandado a mi cuarto, y no encontraba forma de gestionar el levantamiento del castigo, explicándole cómo el asunto iba al revés...Después de todo, él es el hijo...

-Pero, pero, no lo hice a propósito -balbuceo...
-¡A tu cuarto! -Me responde. Su decisión es inapelable, y la cuchara que sacude delante de mí señalándome el camino, se ve seriamente amenazadora.

Como por un resorte me pongo de pie, sin encontrar quórum para apelar mi sentencia, puesto que Matt, parado detrás de él, procuraba sostén del quicio de la puerta más próxima, para que la risa (medio contenida, para que el niño no se sintiera apoyado) no le llevara de bruces al piso. Me surca la pregunta por el pensamiento de cómo era que iba lo del "equipo" que formaban las parejas.

Yo aún reacciono aturdida, como el que ha recibido un culatazo en plena cara, pero voy caminando a cojas a cumplir mi condena, y me escondo en el pasillo que lleva a las habitaciones, porque claro, me niego a irme "a mi cuarto", aunque entiendo su motivación de creer que me corresponde destierro. A él lo han castigado por razones similares, claro, no por el accidente en sí, sino por el espíritu con el que se cometió el hecho.

Eso se lo explicaría más tarde.

Disimulada por la pared, trato de establecer contacto verbal con el otro adulto, al menos en edad, que comparte conmigo la educación de este pícaro, sólo para ser interrumpida por una reiteración quizás aún más potente que las anteriores "¡Mami, a tu cuarto!", en la misma voz infantil.

Ya llegó muy lejos. Creo que ya entendí el mensaje, pienso. Vuelvo a retomar mi posición de educadora y guía del pequeño militar. Salgo de mi escondite y ahora me mira desafiante, quizás porque sabe que no va a lograr más nada que esa efímera desaparición mía de su escena victoriosa, pero dispuesto a seguir intentándolo: "Mira jugo en el piso, Mami ¡A tu cuarto!". Ya Matt parecía haber recobrado parte de su cordura (hay una parte que posiblemente nunca sepamos dónde está), y le dice a Gabriel que ya basta del acto.

Sí, soy la madre, admito cualquier error, pero aún equivocada no dejo de ser la madre. Vuelvo a sentarme junto a mi hijo, que todavía persiste en reclamarme mi torpeza, mirándome con seriedad y una pizca de aparente enojo, sin poder simular su disfrute de lo cómico que le resulta todo el asunto.

Aprendió rápido el rol del rectificador.

Todos de nuevo en nuestros papeles cotidianos, le explico que lo sucedido fue un accidente, en nada parecido a cuando una persona no quiere observar ciertas reglas de conducta y que, atendiendo a un ánimo rebelde, recurre a acciones calculadas de desobediencia, lo cual sí amerita castigo. Por ende, en este caso, una disculpa debía ser suficiente.

Él lo entiende así, de hecho SIEMPRE lo entendió así, pero parece que en el momento mágico de poder, no resistió la oportunidad de disciplinar a la distraída de su madre.

Decidió, entonces reducir mi multa a simplemente terminar de limpiar su vehículo mojado, mientras él procedía a señalar con irritante precisión cada uno de los lugares en los que el jugo derramado había dejado rastro.

Me inspira a la reflexión. Después de todo, yo soy su ejemplo, su objeto de observación constante, y fui yo quien le enseñó en qué momento y de qué forma se debe aplicar una sanción.

Los niños son tan simples, tan ocupados en el blanco y el negro, tan carentes de todo gris y ángulos difusos, que por lo general son exactos en sus juicios. Por eso me parece que cuando los niños aprenden algo, lo aprenden plenamente y sus conceptos son tan limpiamente definidos, que vale la pena escucharlos cuando hacen un análisis de algo que les apura su entendimiento, y por eso es tan enorme la responsabilidad de los padres de orientar esos conceptos que se van formando en los hijos, de modo que, mostrándole los tonos grises de las interacciones humanas, logren integrar a sus observaciones sobre su entorno, el discernimiento y la compasión.

¿Por qué había él de perdonar el error? Fue un derrame desastroso que provocó mi descuido, y conllevaba castigo. Ese debió ser su razonamiento.

Le tomó unos segundos arribar, pero finalmente fue de la conclusión de que si a él le pasaba eso y era reprendido, entonces a cualquiera que le pasara debía ser reducible a los mismos cargos y subsiguiente condena.

Después de todo, él se comió toda su comida, sin derramar nada. Para variar, él estaba libre de toda culpa.

Sin saberlo, él me mostró lo que ha estado aprendiendo, cómo han ido madurando sus reflexiones, y al mismo tiempo me dio una oportunidad de oro para "ajustar" un poco sus ideas, ayudándole a comprender un poco más la diferencia entre las ocasiones en las que se le había enviado a su cuarto a meditar sobre alguna fechoría cometida, y las veces en las que sólo se le aconsejaba o se le aceptaba una disculpa.

Sólo se aprende con la reiteración, y si la enseñanza de la acción materna o paterna tomada con el niño en determinado momento, no sobrevive la luz de un nuevo amanecer, entonces hay que esperar la oportunidad de reforzarla. Esta fue esa oportunidad.

Siento que, pasado el momento, obtuve el perdón de Gabriel por el accidente del cuál fueron él y su coche, agraviados.

Al final, su sentido del humor, que percibo muy agudo para sus tres otoños, le ganó la oportunidad de escarmentar a su madre, y ahora, restablecido el orden de este pequeño universo familiar, no me cabe duda que mucho tiempo después aún nos estaremos riendo de lo ocurrido, saboreando las lecciones que a veces se ocultan bajo el manto misterioso del ingenio.

Julissa Contín ©2006

1 comentario:

Anónimo dijo...

Rebeca solo tiene 15 meses, y en su "lenguaje" ya ha empezado a exigir e incluso a dar su opinion, aprobando y rechazando cosas...

Muchas veces le seguimos el juego, pq dizque se ve gracioso, o para ver hasta donde va a llegar, pero sabemos que la mejor educacion NO ES celebrarle todo, ni seguirle siempre la corriente.

Ojala y que dios nos de sabiduria para saber cuando seguir la corriente y cuando ser firme.

Julz, no se si es el primero, pero ta bien chulo.