02 diciembre, 2004

Te espero paciente

Te espero paciente,
Sin prisas y con ansias
Sin haberte visto ya te conozco
Sin haberte tocado, te he sentido
Sin adivinarte, te sé.

Te espero paciente,
Sin dudas ni falacias
Sin saber aún quién eres
Ni cómo eres, pero conociéndote
Palmo a palmo, te sé.

Te espero paciente,
Sediento de la sustancia
Que vital, renueve mi alma
Y beber de tu esencia la vida
Y brindarte mi vida a la vez

Te espero paciente,
Y te sueño en la distancia
Con retazos de mis diosas
Con pedazos de mis musas
Como ejercicio de mi fe.

Te espero paciente,
No te apresures, pero sábelo
Antes de besarte, te he besado
Antes de acariciarte, te hice mía
Antes de conocerte, ya te extraño
Antes de que llegues, ya estás en mí

Te espero paciente,
Y cuando llegues, se encenderá mi vida
y cantará mi alma en eterna primavera
Porque sé que eres y serás
Mi mejor espera, mi bendita espera

Te espero paciente,
Llega cuando quieras.

08 junio, 2004

Nelson

Tembloroso,
con los nervios hechos un manojo
mientras los vagones de la vida
frente a él pasaban
mientras diez mil otras desdichas
lo ignoraban
mientras la angustia, o más que angustia, la agonía
lo arropaba.

Sobre sí mismo se envolvía
como un ovillo de golpes y cicatrices
con su mirada triste de hambre sin cariño,
de sueños solitarios en la lejanía.

Con un futuro del tamaño
de la precaria saciedad de un pedazo de pan
con la esperanza como paño
que cubre una fe desnuda de colchones
que calienta con temores y algunas ilusiones
la caja de cartón que le sirve de habitación
de cama
de cocina
de hogar.

Así, encogido,
para que el hambre duela menos
Así, olvidado,
ignorado por diez mil pisadas
Así, masacrado,
vapuleado por la falta de caridad

Contando sólo con doce años
y quizás con menos de cien baños
a fuerza de jarrito y agua de mar,
al amparo de la luna y la sal,
Nelson decidió un día
con el estómago abrazado de la espalda,
que robaría
para dar de comer a su alma.

Y mientras caminaba,
si es que el término no se ofende,
por la calle de la miseria
en la esquina del desamparo
fue alcanzado por un disparo,
mitad real, mitad quimera
que mató la mitad ambivalente
de lo que en su cuerpo restaba.

Y así, dice la historia,
se resolvió el triple dilema
de combatir la delincuencia
de acabar con la pobreza
de repartir la riqueza
entre los otros diez mil.

03 marzo, 2004

Sexo

Envuelto en su lujuria existencial, se acercaba a ella, que lo esperaba siempre tan serena y callada. Con su porte de Dios omnipresente la rodeaba; sus ojos, azules como el infinito profundo, alcanzaban a ver hasta la esquina más redonda de su cuerpo, y aunque conocía desde años proverbiales hasta sus más secretas grutas, no se cansaba de acariciarla, de recorrerla sudoroso y febril, como si fuera apenas la primera vez.

Con pausado ritmo pero firme constancia, iba y venía, y con él se venían sus ansias, que derramaba sobre el acogedor cuerpo que recibía tanto despliegue de atención en silencio reverente. Ella, acostumbrada a las pasiones seminales de su amante, su único y fiel amante, no oponía resistencia, y aceptaba con gusto las saladas gotas del sudor esforzado que brotaban de su viril acometida.

De vez en cuando ella gemía con una larga exhalación, cuando él la penetraba y sacaba de sus entrañas las más sonoras emociones. Disfrutaba ella a plenitud la meseta de su orgasmo, que para su dicha y particularidad, no era breve y fugaz sino que podía prolongar durante largo tiempo.

Él, de otra parte, sabía manejar su fuerza para retenerse y recomenzar, alargando la pasión del momento hasta que dejaba de ser momento para convertirse en eternidad, sudorosa eternidad en la que ambos no escatimaban regocijarse, en la que fundidos en unísono cuadro eran la mejor estampa del placer incesante.

Así seguían en imperturbable placer; meciéndose con breves retrocesos e intensas penetraciones, ejecutadas con sincronía magistral digna de la batuta de Poseidón. Así el mar vertía su semen nacáreo sobre el vientre de la roca, una y otra vez, en espuma que se desvanecía y se hacía sal y canto del mejor sexo de la naturaleza.