18 diciembre, 2005

Lluvia de poesía con Juan Luis Guerra

Desde el viernes en la noche Juan Luis Guerra llenó mis sentidos y mis sonrisas, pues sus melodías acompañaron hasta mis sueños toda la noche, al punto de dormir y despertar con su música, sin lograr jamás cansar mis neuronas que bailaban alegres. En sintonía o complicidad conmigo, varias estaciones radiales amanecieron también “juanluisiadas” y tenían su programación completa entregada al artista.

A ratitos un sol muy tímido asomaba sus rayos de luz para calentar algunas esperanzas de que el día no sería tan gris como el deseo de progreso de los dominicanos. Por momentos las nubes se reunían a jugar juegos de lágrimas frías y derramaban sobre nuestra tierra su carga de llanto, a veces ligero, a veces copioso. Este sábado 17, el día estaba confundido, indeciso entre si llover o escampar… Era, sin dudas, un día ambivalente. Pero era, en realidad, lo único en Santo Domingo que tenía dudas sobre lo que debía hacer.

Creo que en el fondo, el clima nublado fue parte de un plan maestro, una maravillosa conjura para hacer que las cosas fueran aún más meritorias. Meritorias para las más de 50mil almas para las que por esta vez la lluvia no fue húmeda molestia sino agua bendita que nos llenó de un intenso frío invernal, que los ritmos y acordes del inmenso artista iba haciendo olvidar. Y meritorias las cosas, sin dudas, para el protagonista de la noche, quien se dio un baño de pueblo para el que siempre ha estado dispuesto. Y final (y principalmente) claro está, meritorias para el Señor, como confesaría luego en sus propias palabras “merecedor de toda honra, el poder y la gloria sean a ti Dios Padre”.

Pavel Núñez inició el concierto a las 8.15 de la noche, con un Estadio Olímpico ya repleto, ya eufórico, ya ansioso de beber poesía a raudales. Pavel, sin dudas, fue la mejor manera de comenzar, pues logró empatía, inauguró aplausos y rompió el hielo de un mar de gente que coreó sus melodías. Betania, Paso a paso, Te di, y su magistral arreglo de Se murió Martín deleitaron a todos que ya aupan a Pavel como un artista consumado. Sin dudas, es un gran artista. Cerró a las 8.45 y hubo un largo “silencio” de 45 minutos, y lo pongo entre comillas porque fue una mujer, la DJ Mariela, la encargada de mantener discretamente animada a la audiencia con sus mezclas techno-jazzeadas. Al pasar media hora el Estadio ya sabía lo que venía y empezó a impacientarse y a corear “¡Juan Luis! ¡Juan Luis!” reclamando el licor de versos que sabíamos que nos emborracharía indefectiblemente.

Las pantallas gigantes probaban su funcionamiento, las luces practicaban sus intensas llamaradas, y acordes Mariela continuaban haciendo el compás de espera, que se interrumpió con un conteo regresivo de tres minutos que apareció poco antes de las 9:30 de la noche. Un conteo sencillo, números blancos sobre un fondo negro… Faltando dos minutos una avispa revoloteó cerca de los números que vertiginosamente se acercaban al inicio. El público respondió con alegría. Otra avispa pasó y nos miró picando un ojo. Luego llegaron más y más, mientras quedaba menos de un minuto, y sus zumbidos hacían coro con la euforia que empezaba a arroparnos. El estadio completo de pie mientras el enjambre de las Avispas ya no dejaba ver si faltaban 30… 20… 10… sólo segundos para el inicio.

La mayor de las Avispas cubrió la pantalla y dio paso varios helicópteros militares que traían consigo a un Soldado de Dios: Juan Luis Guerra iniciaba a las 9:33 el paroxismo de 50mil dichosos que fuimos cómplices de esa noche.

Juan Luis nos llevó al consulado de la poesía donde nos dio Visa para un sueño, un sueño que sin duda alguna Vale la pena soñar. Con un preámbulo en balada, fuimos A pedir su mano, la mano de la mujer que todo hombre Quisiera en versión acústica, y con la compañía de un Pavel Núñez que también resultó un triunfador.

¿Qué le llevamos a esa mujer? ¿Qué tal una Amapola? Sí, seguramente así ella verá Estrellitas y Duendes, pues en el fondo todo lo que queremos decir es que Viviré “cada segundo pegadito a ella”. Y como la amamos, al tenerla cerca el corazón se nos pone Frío frío, “como el agua de un río”. Pero amor que se bendice con estos versos es amor que se desprende de todo, y le daremos también una Coronita de flores “para que te acuerdes de mí” y que “llore la lluvia, se moje el recuerdo, y la brisa se llene de ti”.

Para mí, el clímax de una noche mágica llegó cuando Dios demostró que también estaba en primera fila del concierto, y cuando Juan Luis suplicó al cielo que Ojalá que llueva café en el campo y para maravilla y alegría, comenzó a mezclarse la lluvia de versos con la lluvia que mojaba nuestras almas sedientas de esperanzas. Y no es la primera vez que esa canción logra romper el vientre de lo alto y provocar una ducha “casual” y absolutamente providencial.

Pero a pesar de la lluvia, ¿quién se iría? Sólo aquéllos incapaces de ir Como abeja al panal, y escuchar la percusión de Chichí Peralta cuando nos recordaba las Razones por las cuales Ayer escribimos aquella Carta de Amor. Al terminar la participación de Chichí, fue tiempo de volver a bailar con Woman del callao, la misma que “tiene mucho down”, y fue una manera movida de recuperar el terreno para darle paso a Marcos Hernández que acompañara a Juan Luis para llevarnos a recordar que Mientras más lo pienso, tú.

Fue tiempo para que Juan Luis nos recordara que todo su arte lo dedicaba a Dios y cantó Para Ti como testimonio de su fe. Luego nos dice que El costo de la vida sube otra vez lo cual es cada día tan cierto como la primera vez. Sin embargo, aunque suba hasta ahogarnos, siempre habrá espacio para regalar una rosa que encontramos en el camino, y más si Diego Torres nos acompaña a cantar una Bachata Rosa seguida por un electrizante Color Esperanza que el argentino derramó a manos llenas sobre un océano de gritos maravillados por la sorpresa.

Estoy seguro de que Anabelle nunca olvidará la noche de anoche. No sólo porque ella ayer se casaba con Danilo, sino porque ella vio su tristeza convertirse en alegría. Resulta que algunos de sus invitados a la boda habían preferido ir al concierto, pero el novio, viendo su tristeza, logró hablar con Juan Luis y pedirle que le llamara en medio del concierto y le dedicara a ella una canción. Así que Anabelle escuchó por el celular, durante su ceremonia de bodas, cómo caían sobre su alma miles de Burbujas de Amor. ¡Sencillamente, una maravilla de detalle!

Y luego de dedicarle esa canción a una mujer que se casaba, Juan Luis le recordó a la mujer que se casó con él hace más de 20 años, que Cuando te beso se prenden todas las estrellas en la aurora. Volvió a cantarle a Jesús confesando que quiere Estar contigo, para luego recordar lo que le pasaba Si tú te vas.

Fue momento de Juan Luis tomara un breve descanso, lo que aprovechó Roger Zayas Bazán presentar a los integrantes de la orquesta con la melodía de La Gallera. Y como si hiciera falta más alegría y emociones, los músicos hicieron su propio show bailando y arrancando euforia con sus cadenciosos movimientos. Poco tiempo después Juan Luis regresó al escenario rodeado de Las Avispas para que “lo piquen y lo piquen y lo piquen en el dedo más chiquito pa que afinque”.

Y entonces, a todos en el estadio nos subió La Bilirrubina, algo que esperábamos llegar. Al final, se apagó el escenario y se hizo un largo silencio. ¿Se acabó el concierto? Empezaron los coros pidiendo “Otra, otra, otra” y yo por dentro sabía que no habíamos terminado.

¡Claro que no! Fue que a Juan Luis le dio una sirimba, pero esta vez fue un sábado en la noche, y tuvo que pasar El Niágara en bicicleta. La buena noticia es que por fin Rosalía se lo dijo pronto, y poco después entró El Prodigio haciéndonos La Cosquillita y cuando finalizaron los rápidos acordes, el cielo se iluminó de luces y colores, con un espectáculo de pirotecnia de más de 15 minutos de duración.

Así concluyó una noche llena de lluvia. Sí, la misma lluvia fría que amagó todo el día, al final cayo bendita sobre nosotros. Y también llovió café y esperanza, y llovió copiosamente satisfacción y plenitud de haber sido parte de una bendición artístico-divina un sábado de diciembre.

Juan Luis Guerra, un maravilloso ser humano. ¡Un orgullo de todos! ¡Bendito el Dios que sembró tal talento en ti!

11 octubre, 2005

La Bendición de la Loca

La Zona Colonial es, para desventura de ellos y vergüenza de nosotros, el hogar sin techos ni paredes de decenas de enajenados mentales y pordioseros que pululan de una esquina a otra ante la mirada indiferente de todos. También en la Zona Colonial está ubicado el colegio donde asiste mi hija Vielka junto a dos primitas. Acostumbro a ir a buscarlas diariamente como forma de verla e ir monitoreando un poco su desarrollo.

Hoy iba en el auto con mis tres "Chicas Superpoderosas" conversando animadamente cuando llegamos a la esquina de la casa de ellas. Siempre que ando con las niñas soy bastante más cauteloso con todo lo que ocurre en la calle, procurando estar alerta a cualquier imprevisto. Por eso desde lejos noté que la señora que estaba de pie y de espaldas a mí en el espacio donde pensaba aparcar el auto era una enajenada mental.

--¡Tío, mira, una loca! –interrumpió la mayor de mis sobrinas señalando a la infeliz. Ella notó el vehículo y luego de darse cuenta de que quería estacionarme, se quitó del lugar y pensaba que se retiraría lejos. Cruzó la calle y desde la acera de enfrente nos miraba. La mayor de las niñas contagió de asombro y cierto dejo de temor a las dos pequeñas que instintivamente se inclinaron en el asiento hacia el lado derecho del automóvil que era el más lejano de la pobre "loca".

Yo me quedé unos segundos evaluando qué hacer. No quería que las niñas actuaran con desprecio hacia la mujer, pero tampoco quería que ella se acercara a nosotros. Simulé que me quedaría en el auto esperando que la señora se alejara más, y aproveché para hablarles a las niñas sobre lo que pasaba con la infeliz. Traté de explicarle con un vocabulario de 4 años que ella tenía "problemas", pero eso sólo despertó el gusanillo de la curiosidad.

--¿Qué problemas tiene? –preguntó la mayor, que usualmente funge como "vocera" del trío. En eso noté que la mujer se había movido unos pasos y vi la oportunidad de salir del auto. "Problemas personales" dije simplemente y añadí "Es una pobre mujer que me da lástima".

Salí del auto y lo rodeé por detrás para desmontar a las niñas lo más lejos posible de la señora, pero ella al notar mi movimiento dio marcha atrás y volvió a colocarse mirándonos desde la acera. Le dirigí una mirada entre molesto y preocupado y ella confirmó que tenía lo que quería: mi atención.

Mientras ella cruzaba la calle yo agarraba a las niñas y las colocaba detrás de mí. Se acercó hasta estar a unos dos metros y habló. Sus palabras fueron inesperadas y profundamente avergonzantes para mí:

--Ay m'hijo, que Dios te bendiga las niñas.

Aún en mi afán de protegerlas de la "amenaza" no atiné a entender lo que me decía la señora. Las niñas estaban a mis espaldas y estaban asustadas porque yo mismo las estaba asustando. Cuando logré digerir el deseo de la señora, balbucí un "Amén, gracias". Ella trataba de sonreírles buscándolas detrás de mí y yo insistía en cuidarlas de ella.

Me pidió dinero, me mostró una herida y me habló del sida y de la soledad, todo en unos 10 segundos. Rechacé ayudarla con la clásica mentira del "no tengo nada" y logré evadir a la mujer agarrando fuerte a mis tres muchachas de la mano. Vielka se quedó mirando a la mujer que también la miraba fijamente.

Cruzamos la calle alejándonos de la señora y yo daba pasos más largos de lo usual procurando alcanzar la puerta y subir al segundo piso donde debía dejar a las niñas. La enajenada nos siguió, aumentando la sensación de miedo de la mayor pero mi Vielka y la otra primita no dejaban de mirar a la infeliz hija del desamparo.

La puerta de la escalera estaba abierta y las dos hermanitas ya habían entrado. Entonces Vielka se detuvo, señaló a la mujer y dijo:

--Que Dios te bendiga con mucha bendición.

Ella repetía lo que le he enseñado siempre, "cuando escuches una bendición debes devolverla más grande".

Sentí que el tiempo se detuvo y miré a la "loca" que aún tenía su mirada fija en Vielka. Logré ver cómo se dibujó una sonrisa de niña en su rostro y dijo un "gracias" que sé que le supo a gloria. No sé describirlo y no sé si les hará sentido a ustedes, pero sentí en ese momento que la "loca" y mi hija se entendieron, que hablaron un idioma puro y bendito, uno que hace años los "cuerdos y adultos" dejamos de comprender.

La cerrada puerta de barrotes se interpuso entre la mujer y mi hija, pero aún así ella se abrazó a la puerta y mientras empezaba a derrumbarse mi alma al comprender lo que pasaba entre ella y mi hija, las escuché despedirse con cordialidad.

--Adiós niña linda.
--Babay adiós.

Y eso fue todo.

Terminé de subir las escaleras y le entregué mi niña a su abuela mientras usaba las mangas de mi camisa como pañuelo. ¿Qué fue lo que pasó?

Pasó que una niña y una "loca" se bendijeron. Pasó que un prejuicio social nos dice que hay que cuidar a los niños de los locos y negarles a ellos todo contacto con quizás la única posibilidad de ser un poco iguales, un poco normales... un poco felices. Pasó que por un momento sentí que la enferma y loca mujer lograba que alguien le echara una bendición sincera, que le prestara un poco de atención desinteresada. Y eso me conmovió mucho.

Eso pasó hoy. Y Vielka aún no sabe lo que hizo.

19 febrero, 2005

Lucía

Pesó 8.5 libras, midió al nacer 51 centímetros. Nació llena de cabello, nada raro si recuerdo que su padre no necesita almohada para dormir. El pasado jueves 17 mi hermano José Ramón (mejor conocido en todo el mundo como "Monón") y su esposa Estivalia, iniciaron su toma de docencia en la materia más larga y gratificante de la vida, la de ser padres.

Lucía llegó, y con ella llegó la primera vez que realmente me siento tío de alguien. Es cierto que tengo muchos sobrinos y muchas sobrinas a todos los cuales quiero muchísimo (sobre todo a Amanda Marie y Karla, que son las que tengo más cercanas), pero resulta que con Lucía el asunto es distinto. Es hija de mi hermano, hija de mi único hermano de padre y madre, y eso me hace sentir especialmente contento.

Otra niña, y sé que mi madre, ahora como bi-abuela, está eufórica, pues ella quedó con las ganas de ser madre de una hija, y ahora es abuela de dos nietas que apuesto peso a cabo'e túbano que le harán pasar muchos gratos momentos.

Vielka y Lucía... hasta suena bonita la dupla para un CD de bachatas... ja!

17 febrero, 2005

Un adiós a Cecilia

Cuando estuve en Paraguay, hubo una mujer que me acompañó todos los días a todas partes. Donde quiera la veía, en cada esquina, en cada parque, allí estaba ella. Encendía la TV y con frecuencia me enteraba de algo de su vida y de su historia... y también de su tragedia.

Una de las primeras preguntas que hice a la persona que me buscó en el aeropuerto fue "¿Quién es Cecilia?" porque en la mera salida ya un mar de carteles pedían su liberación y rogaban a los captores que le respetaran la vida.

Cecilia Cubas Gusinky, una mujer de 31 años, cuyo peor pecado quizás era ser hija de un ex-presidente del Paraguay, fue secuestrada violentamente cerca de su casa el 21 de septiembre del pasado año.

Empezó entonces un viacrucis de 148 días... un pueblo en vilo, una familia que se consumía en angustia y tristeza... Todo un país contuvo la respiración durante casi cinco meses y 6.1 millones de personas cruzaron sus dedos.

Cecilia estuvo presente en todos mis días y noches porque todo Paraguay siempre la tuvo en sus labios. Un país tan parecido al nuestro, donde "cada burro jala para su lado", con el tema de Cecilia estaba monolíticamente unido, preocupado, apesadumbrado, aunque también algunos mostraban esperanza y fe.

Pero Cecilia nunca fue liberada. Ni se respetó su vida. Ayer desenterraron su cadáver en el final de un túnel en un pueblo llamado Ñemby. Aparentemente fue asesinada en diciembre. Dicen que en Navidad.

Pedir paz a sus restos no es suficiente. Pedir justicia contra los autores de esta barbaridad, no le devolverá la vida. En casos como este, que se repiten tristemente en todos los países, a todas horas, en todos los estratos sociales, uno se encuentra con la frustración y el vacío de soluciones. Y muchas veces ese vacío se llena con ira y deseos de venganza.

Así me siento hoy.

01 enero, 2005

2005

Creo que ya antes he estado aquí. Primer día de otro año nuevo, y tengo en mis manos una nueva baraja de cartas llenas de interrogantes. A mis espaldas han quedado las 366 cartas que vi pasar hasta ayer, y al examinarlas descubro, como siempre, que he tenido sonrisas y lágrimas, aunque felizmente más de lo primero.

Despliego mis nuevas barajas sobre el nacáreo lienzo que hoy empiezo a recorrer. Cual Nostradamus a veces quisiera ver lo que cada una guarda para mí, empezado por saber si llegaré a ver la última del grupo. Sonreiré, no lo dudo. Lloraré, también. Triunfaré y fracasaré, como todos, una vez, otra vez, vez tras vez, corriendo, a veces gateando, alentando a otros en tramos, y en ocasiones apoyándome en los hombros de los demás.

Balanza de circunstancias que al final, como hoy, habré de juzgar con más benevolencia que buena memoria, dándole gracias a Dios por haberme preservado la vida todavía un año más. Me contenta mirar un año atrás y congratularme de que logré alcanzar metas planteadas, metas sencillas pero vitales para mí. Me lancé, como el niño que alguna vez fui, sobre la playa a recoger caracoles y echarlos en mi alforja para jugar con sus colores. Y hoy veo que fue buena mi aventura.

366 cartas pasaron. 365 cartas nuevas están en mi mano. Jugarlas sabiamente es mi entera responsabilidad. A Dios sólo le pido la salud y la fortaleza para levantarme cada uno de los días de mi vida para enfrentarlo y extraer de mi vida las mejores diademas para crecer y bendecir este nuevo año.

Nuevas metas tengo, comparticionadas en cinco ramas principales. La espiritual, la física, la social, la intelectual y la financiera. En cada aspecto he trazado un norte a seguir, hacia los cuales procuraré encarrilar mis 365 jugadas. El éxito en relativo porque nunca logramos controlar todas las variables que en él intervienen. Sin embargo, es justo esperarlo si tenemos un plan sensato y hacemos nuestra parte del trato para que funcione. De Dios, que es bueno en supremacía, dependerá que germine la semilla plantada, regada y abonada de nuestros esfuerzos.

¡Esforcémonos, pues, y salgamos a hacer las mejores jugadas!